Cuando era chica y me despertaba en las mañanas, a veces
afuera estaba mi abuela comprándole las verduras al casero, un señor que iba en
carreta (y después se compró un furgón) que estaba llena de frutas y verduras,
olía rico, mi abuela salía con su monedero y si era verano siempre llegaba con
melones y sandías, con las cebollas y las verduras recién compradas y frescas
preparaba el almuerzo escuchando tangos, me tomaba de las manos y me hacía
bailar con ella, cantaba fuerte, para que todos la escucháramos, y alegaba
siempre que no le gustaba cocinar, que ella se cansaba y que lo hacía solo por
que nadie sabía hacerlo como ella. Era verdad, yo nunca volví a comer unas
humitas tan ricas como las de ella, ni siquiera mis nanas, a las que ella
entrenó muy bien para que fueran las mejores cocineras, han podido prepararme
unas lentejas o una cazuela como las que ella hacía, lo peor era que a mi no me
gustaba comer y ella se enojaba, y a veces hasta pienso que sufría con mis
miles de caras feas y comentarios desatinados respecto a sus platos.
Pasada la hora, mientras cocinaba, se escuchaba a otra
persona gritar desde un megáfono afuera, y yo sabía que eso significaba que de
nuevo saldríamos a comprar y vería a mis amigos vecinos afuera un rato más, era
el lechero, que tenía un furgoncito celeste donde acarreaba unos botellones
enormes con leche de sus vacas. Vivir allá, en esa casa, era como estar en un
cuento constante, me parecía que nunca se iba a terminar esa época, y mi abuela
se empeñaba en hacerme sentir que así siempre sería.
Y más encima, a mi nunca me gustó la leche, pero tenía rico
olor el jarro que llenaban todos los días con ella, blanca y muy espumosa al
momento de ser hervida, a veces se subía y ensuciaba la cocina, me gustaba
mucho cuando eso pasaba por que el olor dulce llenaba todo el espacio, pero mi
abuela gruñía y limpiaba.
Todo esto pasaba cuando yo era muy chica y a ella no le
dolían tanto sus piernas, ni le fallaban tanto sus ojos, por que devoraba
novelas todas las noches y leía hasta altas horas en la madrugada.
Cuando pienso en mi infancia pienso en ella, yo no sé como
sería tenerla ahora, tal vez es mejor que se haya ido, pero uno siempre queda
con gusto a poco, y sería bueno invitarla a tomar once a casa de vez en cuando
para que vea como todo acá se a transformado en un circo y nosotros seguimos
siendo payasos.
1 trenzitas:
Era cierto que mi abuelo era lechero y tenia un furgón celeste. Pero difícilmente puede ser el mismo, pero como me gusta vivir fuera de la realidad pensaré que mi abuelo era quien le vendía leche a la Lucy, la mejor leche, y se la sacaban con cariño a las vacas.
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