jueves, enero 24

Portal

No es necesario pensar en cosas bonitas
- Creo yo - 
A mi no me gusta tanto...

No llores, niña.
Como te vas a enterar del sol
Si nunca viste a la luna llorar.
Estamos dulces viendo como nos quitan el pan.
El tiempo se burla de las salidas grises de la esquina.

¿Estamos perdidos?
Eso es algo que nunca quisiera saber,
Me duelen mis lágrimas,
Erosionan mi rostro agrietado de verde,
Más tarde vas a poder bailar con tu vestido azul al viento,
Ahora debes llorar.
Quizás algún día te lluevan  dulces del cielo,
Pero ahora..
Ahora solo te queda llorar.

Y tal vez un día
Alguien saque de ti la amargura
Para ver como resplandece el sol a través de tu piel oscura.

viernes, enero 4

Abuela Lucy


Cuando era chica y me despertaba en las mañanas, a veces afuera estaba mi abuela comprándole las verduras al casero, un señor que iba en carreta (y después se compró un furgón) que estaba llena de frutas y verduras, olía rico, mi abuela salía con su monedero y si era verano siempre llegaba con melones y sandías, con las cebollas y las verduras recién compradas y frescas preparaba el almuerzo escuchando tangos, me tomaba de las manos y me hacía bailar con ella, cantaba fuerte, para que todos la escucháramos, y alegaba siempre que no le gustaba cocinar, que ella se cansaba y que lo hacía solo por que nadie sabía hacerlo como ella. Era verdad, yo nunca volví a comer unas humitas tan ricas como las de ella, ni siquiera mis nanas, a las que ella entrenó muy bien para que fueran las mejores cocineras, han podido prepararme unas lentejas o una cazuela como las que ella hacía, lo peor era que a mi no me gustaba comer y ella se enojaba, y a veces hasta pienso que sufría con mis miles de caras feas y comentarios desatinados respecto a sus platos.
Pasada la hora, mientras cocinaba, se escuchaba a otra persona gritar desde un megáfono afuera, y yo sabía que eso significaba que de nuevo saldríamos a comprar y vería a mis amigos vecinos afuera un rato más, era el lechero, que tenía un furgoncito celeste donde acarreaba unos botellones enormes con leche de sus vacas. Vivir allá, en esa casa, era como estar en un cuento constante, me parecía que nunca se iba a terminar esa época, y mi abuela se empeñaba en hacerme sentir que así siempre sería.
Y más encima, a mi nunca me gustó la leche, pero tenía rico olor el jarro que llenaban todos los días con ella, blanca y muy espumosa al momento de ser hervida, a veces se subía y ensuciaba la cocina, me gustaba mucho cuando eso pasaba por que el olor dulce llenaba todo el espacio, pero mi abuela gruñía y limpiaba.
Todo esto pasaba cuando yo era muy chica y a ella no le dolían tanto sus piernas, ni le fallaban tanto sus ojos, por que devoraba novelas todas las noches y leía hasta altas horas en la madrugada.
Cuando pienso en mi infancia pienso en ella, yo no sé como sería tenerla ahora, tal vez es mejor que se haya ido, pero uno siempre queda con gusto a poco, y sería bueno invitarla a tomar once a casa de vez en cuando para que vea como todo acá se a transformado en un circo y nosotros seguimos siendo payasos.